12 de agosto de 2013

Romeo x Julietto (il-Divo, Por ti seré)



Capítulo 3: Castigo

Al día siguiente Romeo al despertar no vio ningún indicio de que el rubio estuviera en la casa, ¿es que acaso había dormido fuera?; ¿le había pasado algo?, esos pensamientos hicieron que se levantara rápidamente de la cama con el corazón acelerado, de pronto la puerta se abrió por sorpresa del príncipe, dejando paso a ese chico rubio que tanto había echado en falta, apenas unos segundos antes.

- Buenos días – le dijo al recién despertado con una sonrisa y dejando unos platos con dos rebanadas de pan en cada uno, junto con unos vasos de madera llenos de agua – ya está listo el desayuno, ya sé que debes estar acostumbrado a algo con más nutrientes – acabando la frase con una risa, al ver la cara de sueño de su huésped.

- Para mí es perfecto, gracias Julietto – sentándose delante de él en la mesa.

- ¿Cómo están tus heridas? - haciéndole una mirada hacia el estómago.

- Ah... - tocándose inconscientemente el vientre – ya apenas me duele.

- ¿Por cierto, te pasa algo? - le pregunto Julietto sorprendiéndole con la pregunta – lo digo porque no he podido evitar mirar la cara de preocupación que tenías cuando he entrado.

- Bu...Bueno, no era nada, simplemente no sabía dónde estabas – sonrojándose por su respuesta, al imaginar que Julietto se lo tomara como algo emocional que aunque lo negara en redondo dentro de su cabeza, en el fondo sabía que algo había cambiado entre ellos dos, al menos de su parte – ¿pudiste dormir esta noche? - intentando disimular aquella sensación de culpa, por haber robado la cama a Julietto aquella noche.

- Tranquilo, si eso es lo que te preocupaba, si pude dormir – le dijo con una sonrisa amable, y una gran ternura en su interior, al ver tal afecto de parte de Romeo – y si lo que te preguntas es dónde, lo hice en la mesa...dormí bien – se apresuró a añadir, al ver que el otro empezaba a sentirse incómodo con la respuesta del lugar – ¿por qué lo preguntas?; ¿estabas preocupado por mí?

- No...no es eso...sólo es que... - su voz estaba temblando por la inquietud que se había apoderado de su mente en un instante.

- Tranquilo, olvídalo – sonriendo al ver que había dado en el clavo con las preguntas – aún así, gracias...ahora come o el pan se va endurecer si se enfría, buen provecho – acabando esa conversación, que sin haber oído respuesta ninguna del invitado, había obtenido todas las respuestas que esperaba saber sobre él.

- Al cabo de una media hora, tanto el campesino como Romeo habían acabado de desayunar, cuando escucharon unos galopes que cada vez se acercaban más, confirmando sin haber salido de la casa que se trataba de unos jinetes, por el sonido de sus armaduras y las de los caballos.

El corazón de Romeo dio un vuelco drástico a sus palpitaciones, al escuchar aquellos terribles sonidos que le eran tan familiares desde pequeño. Sus ojos se abrieron como platos y antes de que cayera en lo que hubiera sido un gran abatimiento emocional, se encontró con una confortable mirada de Julietto, y pidiéndole silencio con un dedo en los labios.

- ¡Guardia Real!, ¡ Abrid la puerta! - se escuchó, después de tres grandes golpes en la puerta de madera.

- (¡La Guardia Real!...¡Mi padre!) - pensó con temor, intentando poder ver a través de aquella puerta, para contemplar que es lo que le esperaba, y quien estaba allí - (¡si mi padre me ve aquí, Julietto corre un gran peligro!).

- ¡Abrid la puerta! - ordenó una voz del exterior con más seriedad cada vez - ¡ Abrid la puerta en nombre del rey o la derribaremos !

- (¡¿Qué puedo hacer?!) - su mente trabajaba enloquecidamente, intentando encontrar una solución a lo que sabía que sería un gran problema, a la vez que sus orejas no perdían palabra del hombre de tras la puerta, provocando que su cuerpo empezara a temblar del miedo y a la vez sorprendiendo al campesino por esa reacción.

- (¿A tanto llega el miedo que le tiene a su padre?), sosiégate Romeo, todo saldrá bien – agarrando la mano del chico, desencadenado una mirada de alarma de éste – no salgas de aquí, voy hablar con ellos.

- ¡Pero mi padre...!

- No te preocupes – interrumpiéndole -yo lo arreglaré – intentando infundirle calma al atemorizado príncipe - ¡ya salgo! - echando una mirada breve a la puerta, para poder despedirse de Romeo con una sonrisa antes de salir, haciendo desaparecer todo pensamiento dañino y malestar de éste en el cuerpo.

El noble quedó sentado donde estaba, mientras observaba como su amigo se dirigía a la puerta, al salir, el soldado retrocedió y el rubio cerró la puerta sin dar la espalda al individuo.

- ¿Qué es lo que queréis? - interrogando al hombre de armadura, con preguntas que él ya se imaginaba la respuesta pero, con el fin de hacer perder el mayor tiempo posible al sujeto.

Sus ojos no pudieron evitar mirar detrás de los hombros de aquel hombre, que se encontraba delante de él. Otros tres jinetes estaban esperando en la retaguardia con sus caballos, entre los cuales el rubio pudo reconocer al capitán de la otra noche con la mirada fija en él, llena de desprecio.

- El príncipe Romeo tiene que salir de esta casa – le dijo cortante y autoritario.

- ¿Y por qué tendría que hacer tal cosa? - intentando comprender el motivo de que todas esas personas se hubieran presentado de ese modo en su casa, y que riesgos había en obedecer tal sugerencia.

- Porqué es mi hijo, – contestó otra voz, y haciendo aparición tras los tres jinetes que se habían separado haciendo un hueco a otro caballo, que a simple vista se podía observar que era superior al resto, ya que el corcel vestía ropas muy elegantes con el emblema del reino en su pechera y una reluciente testera de hierro blanco - alguien de su posición no puede estar en una pocilga como esta – parando al lado de Julietto, echándole una mirada de repugnancia a él y a su casa.

Esas palabras fueron escuchadas por Romeo, que se había levantado de la mesa en el mismo instante en que la puerta se había cerrado. En su interior sentía un gran odio por las palabras de su padre hacia el bueno de Julietto, pero mayor era el temor de que algo le pudiera ocurrir por enfrentarse a su padre. No quería que ese humilde aldeano sufriera ningún daño por su culpa, ya que todo lo que estaba pasando mientras él estaba escondido, era por las consecuencias de su elección en no querer casarse, y al haber permitido que éste lo defendiera al ser incapaz de defenderse por si solo, lo había introducido en el problema.

- Buenos días, señor – mirando al rey con tranquilidad y haciendo una reverencia como súbdito que era – ¿me permite hacerle una pregunta? - al percibir que no tenía la más mínima intención de interrumpir la conversación que había empezado, y simplemente se limitaba a contemplarlo, decidió continuar – ¿si le importa tanto donde esté su hijo, cómo se atrevió a ordenar a sus propios hombres que le dieran una paliza?; ¿qué clase de amor de padre es ese? - le dijo con tono serio y confiado, ya que en su interior no residía ningún temor, pues su padre siempre le había enseñado a defender lo que él creyera que era justo, y a criticar e intentar cambiar lo que fuera injusto.

- Esto no es asunto tuyo, como padre simplemente le di una lección – perdiendo la paciencia, ya que lo que más odiaba era tener que excusarse al hacer algo, cuando el rey era él - ¡Romeo!, deja de escudarte detrás de este muerto de hambre – mirando con seriedad a la puerta de la casa.

- Su hijo, ahora mismo está descansando - le dijo, consciente de que estaba poniendo a prueba la serenidad del rey, con un asunto que ni siquiera le incumbía, aunque algo le empujaba a intentar retener al príncipe al lado suyo lo mayormente posible, por no decir la necesidad de proteger a ese chico de las fauces de su padre.

- ¡Cállate! - le ordeno el rey con severidad y pateando al joven en el pecho desde su caballo – no te metas en asuntos nobles, plebeyo – desenvainando la espada en su dirección – si dices una palabra más, haré que te ahorquen.
- Está bien, ya basta padre – saliendo de repente de la casa con el corazón acelerado, incapaz de seguir escuchando ni un minuto más aquella conversación sin estar presente, no por él sino por Julietto – no le haga nada padre, sólo intentaba ayudarme.

- Ya hablaremos, tú y yo – mirando con seriedad a su hijo – llevároslo al castillo – ordenó al soldado, con tono autoritario y frío, mientras se irritaba por dentro al ver a su hijo, un príncipe, ayudando a un muerto de hambre a levantarse del suelo, sin duda él no le había enseñado esas cosas.

- Acompáñeme, príncipe - haciéndole un gesto de cabeza para dicha acción – hemos traído su caballo – dándole las riendas de un precioso y magnífico ejemplar de caballo pura sangre de color negro.

En el momento en que el rey vio a su hijo encima del caballo, dio la espalda al rubio con un brusco giro del corcel sometido a las riendas de su amo, provocando que el rubio fuera empujado por el trasero del animal, cayendo por segunda vez al suelo, y dirigiendo finalmente una mirada de aborrecimiento tanto a la casa como a su dueño.

- Apresad a ese campesino – ordenó frío y sin contemplación a los jinetes.

Romeo, quedo paralizado en el instante en que sus oídos captaron aquellas terribles palabras de su padre, su corazón se detuvo unos instantes al ver como el capitán, que en esos momentos pasaba por su lado, le dedicaba una sonrisa perversa, para dar a entender los tratos que recibiría ese chico de él. De pronto se dio cuenta de esos sentimientos que se despertaban en su interior, el temor a que iba a perder algo muy querido, sin saber exactamente el motivo del origen del porque iba a ser así, sino hacía algo.

- ¡Padre! - acercándose veloz al rey con el caballo, mirándose ambos a los ojos y en silencio unos segundos - ¡¿por qué lo hace?! - le preguntó, aunque no hubo ni las más mínima palabra de su parte, mientras tanto, observaba angustiado como los soldados bajaban de sus caballos, y aunque el rubio no opusiera resistencia, los soldados aprovechaban que eran más numerosos y tenían de su lado al mismísimo rey para golpear de todos lados al campesino y así poder demostrar su superioridad.

- Ahora no eres tan valiente, ¿a qué no? - ordenó a los soldados que se apartasen con un gesto de brazos, mientras Julietto miraba encorvado el suelo por el dolor de los golpes – odio a los muertos de hambre y bocazas como tú – agarrando por los hombros a Julietto para ponerlo derecho y asestarle un rodillazo en sus partes, haciéndole soltar un quejido de dolor, y dejándolo caer al suelo de rodillas con la cabeza tocando el suelo.

- ¡Dejadlo en paz, él no ha hecho nada! - les dijo enfadado, aunque sus palabras fueron tomadas con diversión al ver las lágrimas que derramaban sus ojos, siguiendo con las ataduras del prisionero.

El rey se quedó mirando seriamente a su hijo, haciendo crecer en su interior una gran rabia y decepción al ver tal afecto en su hijo por aquel saco de huesos apestoso.

- Padre...por favor, ¡él no ha hecho nada! - empezando a gritar de desesperación al ver que si esta situación seguía así, el futuro de Julietto estaría dentro de uno de los calabozos del castillo y aquellos niños tan simpáticos de la otra noche se quedarían sin su querido hermano mayor – padre, no puedes...

- ¡Cállate! - dándole un guantazo en la cara, provocando que perdiera el equilibrio y a punto de caer del caballo, en cuando se recompuso la ira empezó a apoderarse de él al quedar claro lo ruin y cruel que era su padre - ¡yo soy el rey y voy a hacer lo que quiera y lo que considere correcto, además todo esto ha sucedido por tu encaprichamiento del amor, si hubieras aceptado el matrimonio con la princesa de Francia, nada de esto hubiera pasado! - echándole una mirada fulminante a la que Romeo correspondió con una mirada de aflicción hacia Julio, empezando a invadirle un sentimiento de culpa.

- Pero padre, yo no deseo casarme con alguien a quien no conozco ni siento nada, no quiero tener que sacrificar mi corazón y mi amor, además estas cosas no las puede elegir uno, suceden cuando menos te lo esperas – echando una mirada inconsciente hacia el plebeyo amarrado, mientras su padre lo miraba – el amor no es algo con lo que puedas jugar, si estás con la persona equivocada puedes sufrir graves consecuencias, solo el tiempo decide quién es mejor...- parando en seco unos instantes al ver la mirada de Julietto puesta en él – para ti – siendo consciente al volver a mirar a su padre que se había puesto en evidencia, el cual tenía cara de no poder entender lo que estaba sucediendo delante de sus ojos, aunque la respuesta fuera clara el rey se forzaba a negar tal aberración de parte de su hijo.

- ¡¿Aún no lo entiendes?! - irritándose cada vez más, al ver que su hijo se negaba a obedecer sus deseos – todos en este mundo debemos sacrificar algo, tú eres un príncipe y en el futuro serás el rey, como tal debes hacerte poderoso y la única manera de conseguirlo es tener un buen ejército, del que dispondrías si te casaras con la princesa de Francia.

- ¡Usted no quiere ese ejército para mi futuro! - le dijo enfadado y por primera vez enfrentando a su padre sin temor a lo que le pudiera pasar - ¡sólo quiere ese ejército para sus avariciosos propósitos! - en ese instante un bofetón mucho más fuerte que el anterior, le hizo al final caer del caballo.

- ¡Deje de golpear a su hijo, ¿por qué no intenta entenderlo por una vez?! - enfrentando la mirada de ira que le había enviado el rey al girar su caballo hacia él de nuevo.

- ¿Tú nunca aprendes, no? - haciendo un breve silencio para contemplar en el estado en que se encontraba – nadie te enseñó a sujetar esa lengua dentro de la boca, aunque eso tiene fácil arreglo – echando una mirada seria al capitán, a la que respondió con una sonrisa retorcida y malévola.

- Abrid la boca de éste desgraciado - ordenó el capitán con alegría, al no poder evitar imaginarse a aquel muerto de hambre retorciéndose en el suelo del dolor.

Ambos soldados forcejearon con Julietto, pero al estar atado y de rodillas los soldados controlaron la situación en poco tiempo, forzándole a abrir la boca. Los latidos de su corazón empezaron a acelerarse al imaginar por el inminente dolor por el que iba a pasar de un momento a otro, en esos momentos tenía miedo, sabía que aquello se lo habría ahorrado sino hubiera defendido a Romeo, ahora estaba sufriendo las consecuencias, en su desesperación silenciosa que iba creciendo dentro de él, miró a Romeo. En ese mismo instante al ver la cara de preocupación y desolación del príncipe, recordó por qué estaba metido en ese problema, era por ese chico, frágil, amable, hermoso, por el que sentía que debía protegerlo por encima de todo.
Por ti seré más fuerte que el destino,
por ti seré tu héroe ante el dolor
yo sin ti estaba tan perdido
por ti seré mejor de lo que soy.

- ¡Detente Capitán! - ordenó el príncipe, consiguiendo la atención de éste por unos momentos – si se le ocurre poner un dedo a ese hombre – cambiando de pronto el rostro, como si de repente toda la confianza que había perdido en sí mismo, le hubiera vuelto haciéndolo más fuerte - ¡voy a matarlo! - dejando claro con el tono de su voz que esa era su intención y que no permitiría que ese buen hombre resultase herido.

- Usted aún no es el rey – sonriendo a la sonrisa del rey – sólo cumplo ordenes nada más – agarrando la lengua de Julio con una mano cubierta por un guante negro, y acercando el frío metal por delante de su cara.

- ¡Padre! - mirando seriamente al individuo de encima del caballo – si lo que quiere es atormentar a alguien o hacer la vida imposible a alguien, hágalo conmigo como siempre ha hecho...¡hágalo! - hizo una pausa y al darse cuenta de que su padre no tenía la más mínima intención de escucharlo, ni parar esa barbaridad, acercó la mano a su cinturón lentamente – usted lo ha querido – dando por finalizada la conversación con su padre.

Rápidamente agarró su daga y la lanzó con muy buena puntería al cuello del capitán, el cual cayó de rodillas al suelo con un chasquido de dolor, soltando su propio cuchillo y llevándose las manos a la gran herida que sangraba sin parar, acabando de desplomarse al suelo sin vida.





Continuara....  

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